Algunas melodías forman parte de esa banda sonora que acompaña nuestra vida. Cada vez que suenan vuelven a traernos los recuerdos que entonces las acompañaron. Escucharlas es subir a ese tren que nos espera en la estación y que nos lleva a ese pasado para volver a vivirlo.
Hay canciones que ponen voz a los sentimientos del alma, y entre notas musicales el corazón se confiesa. Algunas son eternas, otras efímeras como esas canciones de verano que se desgastan de tanto oírlas.
Hay canciones que llegan a nuestra cabeza y se repiten insistentemente sin saber muy bien por qué. Son ecos de la conciencia, acertijos que el azar pone a nuestra memoria, piezas de un puzzle que dibuja nuestra vida como si fuese un pentagrama.
En medio de unas ruinas romanas, una silueta de don Quijote y Sancho me recordó que todos en nuestro interior albergamos un poco de estos personajes. A veces la sombra del uno es tan alargada que oscurece la presencia del otro. Siempre creí que son las dos caras de una misma moneda, que el uno no puede existir sin el otro.
Hay momentos en los que al mirarnos al espejo nos preguntamos si esos rostros somos nosotros mismos o nuestra caricatura. Nos extrañamos, nos echamos de menos. “Echo de menos la parte soñadora e idealista que se asocia a don Quijote, La parte cuerda, y trabajadora que tenía Sancho. Esa energía y paciencia que tenía a raudales Echo de menos la magia que antes veía, y que ahora no encuentro, la ilusión por las cosas.“-escuchaba entonces.
Las cosas se veían desde la mirada de un Sancho que ve molinos en lugar de gigantes, o mujeres hundidas en la pobreza en vez de doncellas. Don Quijote y Sancho son dos modos de ser, dos tendencias de las que ningún humano se escapa, predominando una u otra dependiendo de las personas y de los momentos…
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